jueves, 28 de enero de 2010

RUTINA

Observa la carretera a través del parabisas moteado por las gotas de lluvia. Como cada mañana, una sucesión de líneas son devoradas de forma inmisericorde. Contínua ahora, discontínuas después. Unas tras otras en un desfile sin fin. Y así hasta el destino. Parabrisas moteado y líneas blancas. Nada nuevo.

¿Lo de siempre?...La pregunta, obvia, como su contestación, suena de forma monótona, plana, casi intrascendente, todos los días de la semana durante los últimos años. El ni se inmuta. Asiente con un leve gesto, apenas imperceptible. Como un ceremonial, infinitamente repetido, se inicia un protocolo en el que cada uno de los movimientos y acciones parece perfectamente ensayado. Todo es absolutamente rutinario. Nada nuevo. Ninguna sorpresa. Periódico, café y tostada. Un día mas.

Regresa. Suena la radio en el coche. Mirada perdida en la misma carretera de siempre a través de uno de los tantos parabrisas, no importa cual. Se sumerge en sus propios pensamientos e imagina lo que pudo haber sido y no fue. Lamenta no haber estado allí para cambiarlo todo. Vuelve a la carretera. Lineas contínuas, discontínuas, curvas cerradas y rectas interminables. La vida y la muerte sobre ruedas que van y vienen. Rutina.

Ella lo mira con desden. Abre el frigorífico. Tras una búsqueda infructuosa, un carraspeo desaprobatorio. Portazo. El zumbido del microondas rompe el silencio. El busca en el fondo de un paquete de galletas. Ducha, crema dental y cepillo. Sábanas frías, radio despertador y libro......-Hasta mañana Cariño-.

martes, 19 de enero de 2010

HERRUMBRE

La primera vez que visité aquella casa me llamó la atención la vieja ventana que daba al parque. En cuanto tuve ocasión me asomé. El paisaje no tenía nada de extraordinario: Un viejo columpio y un balancín herrumbrosos, con algunos arboles maltratados por el duro clima tropical, lo que me hizo sospechar que dichos ejemplares debían de pertenecer a cualquiera de los diversos tipos de especies no compatibles con aquellas latitudes. Algún insensato los plantó allí.
Era aquel un paisaje surrealista. El insensato no era el jardinero, aunque esto lo descubrí mucho después. La torpeza de algunos llegó tan lejos que los arboles no eran los únicos incompatibles con la latitud.
Era fácil adivinarlo: Coches de otra época, gentes con la tristeza marcada en el rostro, vestidos anacrónicos, olor a rancio....La vida en blanco y negro.
La herrumbre no era exclusiva de aquellos artilugios del parque. Estaba instalada en el paisaje. Formaba parte de su perspectiva. Todo estaba oxidado. Como la ventana.
Con el tiempo, descubrí que el deterioro llegaba mucho mas allá de ese pequeño horizonte. Los insensatos habían hecho bien su trabajo.